No se puede amar aquello que no se conoce. Es muy cierto aquello que repite una y otra vez Pedro Varela que si defendemos Europa, primero habrá que conocerla. Conocer a los que han aportado sus obras a nuestra cultura.
Si salimos a la calle y preguntamos a la gente que nos digan el nombre de cinco pintores españoles, muy seguramente que entre los cinco aparezca SIEMPRE el nombre de Picasso.
A esa pregunta, todos diríamos pintores como Goya, Velazquez, Zurbarán, Murillo, El Greco... .En un segundo nivel, y ya para los que tienen un poco de cultura, aparecen nombres como Claudio Coello, Sorolla, Zuloaga, Ribera, Alcalá Galiano, Madrazo...
Me he propuesto aprender, iniciarme en este terreno, y a la vez, haceros partícipes de ello.
Empezaré esta serie de entradas dedicadas a los pintores españoles con uno que a nos es muy próximo a los wagnerianos. Se trata de Rogelio de Egusquiza.
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Egusquiza con el busto de Wagner |
Rogelio de Egusquiza y Barrena nación en Santander eL 20 de julio de 1845. Su padre era un empresario y hombre de negocios y su madre era una gran aficionada a la música y al arte en general. El pequeño Rogelio acompañaba desde niño a su padre en los viajes de negocios por París, Londres...Con apenas quince años, en 1860 viajó a París para ingresar en la Escuela de Bellas Artes.
Las primeras obras tienen un marcado aire español, un estilo español clásico, velazquiano.
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El filósofo de R. de Egusquiza |
Un estilo de paleta terrosa y efecto sobrio que imperó en la época, muy posiblemente, a raíz de la presentación en 1864 del cuadro de Rosales "Doña Isabel la Católica dictando su testamento".
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Doña Isabel la Católica dictando su testamento |
Poco a poco abandonaría esta corriente para pasar a pintar según la demanda de la sociedad burguesa parisina. Personajes del siglo XVII, espadachines, mosqueteros... colores vivos, pintura preciosista, virtuosa y con mucho detalle, según el canon establecido por Mariano Fortuny y que demandaba el "mercado" del momento. Son los llamados "cuadros de género".
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El coleccionista de estampas de Mariano Fortuny |
En los cuadros de esta corriente, y en los de Egusquiza no sería una excepción, hay una tendencia por incorporar el mayor numero posible de elementos decorativos, normalmente protagonizado por mujeres elegantes con vestidos lujosos, o reuniones de sociedad. Nunca falta el ornamento oriental como biombos o paipais.
El estilo de pompa y superficialidad arrastró al artista al ambiente que retrataba. Rogelio se hizo "mundano" y frecuentaba las reuniones de sociedad. Reuniones en las que no faltaban los artistas y las bellas señoritas.
Una existencia frívola y ligera.
Pero sus elevados anhelos espirituales le condujeron a un acercamiento primero, un estudio después y por último a una defensa a ultranza del movimiento filosófico-artístico pesimista encarnado en dos personas. Schopenhauer y Wagner.
El primero hizo despertar muchas cabezas europeas del letargo optimista en el que se sumergió presentándose con sus teorías sobre el ascetismo, el dolor, la muerte y el amor.
Fue tras el contacto con la obra del genio de Leipzig cuando hay un punto de inflexión tanto en la vida como en la pintura de Egusquiza.
Su amigo Aureliano Beruete pone en boca de Rogelio:
"Por mi afición a la música y a la literatura, llegué a las
obras de Richard Wagner y de estas a la literatura de
A. Schopenhauer, allá por el año 1876. Siguiendo las
enseñanzas de este gran filósofo, decidí vivir para la pin-
tura y no de la pintura, rompiendo así definitivamente
con las modas y las corrientes del mal gusto del gran
público, siempre ignorante".
Se desentiende así Rogelio de ese ambiente decadente de fiestas y bailes de "sisís" y máscaras para pasar a pintar y a vivir consecuentemente con ese nuevo y trascendente espíritu.
«El año 1879 — dice Egusquiza—, a mediados de septiembre, fui a Munich
para asistir a las representaciones del «Ring des Nibelungen». Grande fue mi
impresión, y tal mi entusiasmo, que decidí trasladarme a Bayreuth inmediatamente
para conocer a Wagner. Porcuréme una recomendación, y al presentarme
en Wahnfried fui recibido cortésmente por la señora de Wagner, cuya agradable
conversación me detuvo, sin duda, más de lo indicado para una primera visita.
De repente apareció el maestro. Maquinalmente me puse en pie. dispuesto a
marchar. Después de la presentación, Wagner dijo que para una primera visita
no esperaba encontrarme aún allí, esto en francés y con gran acento alemán.
Era el maestro algo menos que de mediana estatura; su cabeza, que llevaba
siempre erguida, como en actitud de hombre que participa de éxtasis, imponía
respeto y admiración profunda; el fino y abundante cabello plateado cubría con
mechones independientes la hermosa frente, en nada semejante a cuantas hasta
entonces por mí vistas; la expresión, entre severa y risueña, desconcertaba. Tal
fue la impresión que me hizo aquel hombre que de manera tan radical había
de cambiar mi vida. Traía Wagner en la mano su gorra de terciopelo negro;
vestía chaleco blanco; corbata azul, algo abultada, a uso de su juventud; chaqueta
corta de raso negro, y pantalón gris; los zapatos, de raso negro y sin tacón.»
Esto sucedería cuando Egusquiza contaba con 34 años, siendo un ya, pese a su juventud, un cotizado y demandado pintor que los marchantes le compraban sus cuadros por lotes con destino a Estados Unidos.
Visitó al músico en cuatro ocasiones. La última con motivo del estreno en Bayreuth de Parsifal.
Rogelio volvería con frecuencia a los festivales.
Abandonaría Egusquiza la "pintura de género" y se retiró a vivir en la casa de su propiedad en el número 32 dela parisina calle Copérnico. En la mas absoluta austeridad y sencillez de una vivienda sin ornamentación alguna.
Pasó también a la dieta vegetariana. Vida de continencia y frugalidad.
Este acercamiento a Wagner pronto se plasmará en la obra de nuestro pintor. A la totalidad de esta serie dedicó el resto de su vida. No fue obra de un día. Veinte años de labor intensa orientada en pro de una idea grande. Esta nobleza y esta orientación quedan debidamente reflejados en los lienzos del entusiasmo wagneriano.
Después de dos series de cuadros que pintó y destruyó sucesivamente, por no resultar lo que él soñaba, comenzó la tercera serie que fue la definitiva, mas rica de color que las anteriores, mas fuerte pero con la misma idea compositiva que las anteriores.
Una de las primeras obras wagnerianas de Egusquiza fue un grabado al aguafuerte del retrato de Wagner. Se lo hizo llegar y fue muy del agrado del compositor.
Las pruebas del grabado de su retrato de Wagner, se las vendió a un intermediario por diez francos para que imprimiese copias. Este intermediario se lucraría con
ellas, ya que le produjeron 70.000 francos pues en pocos meses, ese retrato ilustraba las páginas de los periódicos, de los libros y libretos musicales. Una amplísima e inesperada difusión. Fue, durante décadas, la imagen de Wagner en el mundo entero.
La obra wagneriana de Egusquiza no es la narración de pasajes de los dramas escénicos de Wagner. Es un estudio de los personajes. Su caracterización. Figuras que reflejan su interioridad, sus afectos y sentimientos. Importantísima la expresión.
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Parsifal
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Titurel |
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Anfortas |
Egusquiza también fue un magnífico escultor y realizó un busto en bronce de "el maestro" en 1892.
Cuidó con especial esmero no ya el carácter de los personajes, sino también lo accesorio y todo género de detalles. Las telas que habían de ser copiadas se tejieron expresamente. Las alhajas de Kundry se forjaron y a no poco coste con dibujos que él mismo diseñó. La espada de Titurel fue compuesta tras un concienzudo estudio en armerías y catedrales y el sagrado Grial fue copia de uno antiguo de cristal, después de una larguísima rebusca en multitud de colecciones.
Todas estas obras se fueron expuestas según se producían en la "Sociedad Nacional de Bellas Artes" en París.
Exito absoluto en la exposición Universal de París de 1900 que le valió ser propuesto para la Orden de la Legión de Honor, distinción que alcanzaría.
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Parsifal |
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Kundry |
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Parsifal |
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Composición de "El Grial" |
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Tristán e Isolda. La muerte.
Detalle.
Tristán e Isolda. Lavida. |
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Sigmund y Siglinde |
A Rogelio le preocupaba tanto como a Wagner el tratamiento de la luz. Los dos coincidieron en la necesidad de sustituir la tradicional iluminación de candilejas desde la primera linea del suelo del escenario. La iluminación debía ser cenital, desde arriba. "Superior". Espiritual. El mismo tratamiento fue llevad a los cuadros.
Su estancia en París acabó con el estallido de la II Guerra Mundial. Se trasladó a Madrid. Allí se convertiría en el máximo exponente de la corriente wagneriana en España. Difusor de su obra, la dio a conocer a Fortuny, Madrazo, Beruete, Arrieta, Campuzano o Chapí.
Socio de Honor de la Asociación Wagneriana de Madrid.
A su muerte en Madrid el 10 de febrero de 1915, presidía la capilla ardiente, según deseo del propio artista, la composición que él mismo pintó sobre "el Grial".
Fue enterrado en el madrileño cementerio de la Almudena. Le acompaña sobre su pecho, la espada de Titurel.
Fuentes: